miércoles, 9 de enero de 2019

Día 4: Un Año Nuevo especial


(Lunes 31 de diciembre - 14.13 km) Desayunamos en el hotel (muy bien el desayuno) y con el coche fuimos hasta el shopping Mills at Jersey Garden.
Pasado el mediodía volvimos a cambiarnos al hotel, dejamos el coche en un estacionamiento cerca de la Penn Station de Newark y viajamos en tren hasta Nueva York.


A las 18, nos encontramos con todos en la habitación del Courtyard y dos horas después ya estábamos caminando, junto a mi papá, hacia el Pier 81 para reservar un lugar en la fila para embarcarnos en el crucero de fin de año en el New York Water Taxi.
Ahí comenzaron una serie de eventos desafortunados… Con Caro habíamos decidido, a pesar del pronóstico de lluvia, dejar las capas en Newark porque nuestras camperas eran impermeables, pero a las pocas cuadras la garúa se había transformado en llovizna cerrada y lo de impermeable de las campearas había quedado en la gráfica de las publicidades, así que compramos de apuro dos paraguas en la calle y seguimos caminando.
Bastante mojados llegamos al puerto, donde nos encontramos con la sorpresa de que, a pesar de que el mail de confirmación de la reserva decía que el embarque era a las 22 y la partida a las 22:30, por la lluvia y porque la gente no quería esperar en esas condiciones, ya habían partido dos de los tres barcos de la compañía. Y el tercero estaba en proceso de hacerlo. Y nosotros con toda la familia aún en el hotel, a más de veinte cuadras del embarcadero, un 31 de diciembre y lloviendo cada vez más fuerte.
Pero en Estados Unidos, las reglas son reglas, mal que les pese, así que al mostrarle el mail con el horario preestablecido no tuvieron más opción que respetarlo y esperar hasta esa hora para salir. Con toda la gente ya metida en el barco.
Pero la espera se hizo infernal, mi mamá con Fran, Nacho y Ramiro pudieron subir a un Uber que les pidió Caro con el teléfono, Pero Christian, Analía, Sabrina, Andrea y Sofía se subieron a un taxi que los empezó a pasear hasta que se cansaron y se bajaron en mitad de la calle y siguieron caminando.
Mientras tanto, nosotros, cortando clavos con los dientes en el muelle, mientras la gente nos miraba con odio desde las escotillas.
Y como si fuera una película de enredos, cuando el barco estaba a punto de levantar el puente de acceso, yo corría a buscar a mi viejo en la punta del muelle, todos llegaban por la otra puerta y casi no subimos por desencontrarnos a último momento. Pero, no, fue efectivamente una película con final feliz, porque pudimos abordar todos, cenar en el barco y ver, a pesar de la lluvia, los esperados fuegos artificiales sobre la Estatua de la Libertad.
Lo único que empañó un poco el festejo fue saber que Maca estaba sola en Madryn, pero el crecimiento es así, y aunque es difícil despegarse de los hijos, es necesario que aprendan a volar con sus propias alas.

 


 



Eso sí, la vuelta fue terrible, porque como habíamos sido el último barco en salir, fuimos el último en entrar de vuelta a puerto, por lo que recién pasadas las dos de la mañana pudimos desembarcar. Y de ahí caminar hasta la estación de tren, y de ahí en tren hasta New Jersey y de ahí caminar hasta el estacionamiento y de ahí en auto al hotel… A las tres y media de la mañana recién pudimos acostarnos, felices, pero completamente agotados.

 

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